Para recordar a Bernabé Esteban bastaría, simplemente, con poner en palabras lo que se siente, o más bien lo que nos «afecta», cuando leemos sus memorias. De inmediato, sin más, impone su trayectoria: la de un joven campesino anarquista que participa, en plena Guerra Civil española, en un proyecto revolucionario, el de las colectividades, que sufre los campos de concentración del exilio en Argelia, que acaba como refugiado y luego siempre como extranjero, sin por ello abandonar nunca la esperanza ni el compromiso con un ideal social de justicia, libertad y solidaridad. Quienes conocieron a Bernabé saben también cómo, con el paso del tiempo, sus recuerdos toman una única y urgente función: la de hacer de su testimonio un trabajo de memoria compartida. Es imposible separar la voz de Bernabé de la del exiliado, que responde desde el deber y la necesidad de no olvidar, ante todo, a los que quedaron atrás. «Aun siendo muy duro el exilio para los que pudimos salir ?recuerdo que decía Bernabé, con el peso de la responsabilidad, aún fue peor para los que no pudieron». Cuando conocí a Bernabé él ya era un hombre de