El pasado siglo ha sido el del dominio de la ley, imponiéndose al contrato como instrumento de ordenación social. Las Constituciones vigentes, aprobadas entonces, rebosan de remisiones a las leyes y sobre ellas se ha levantado el edifico del Estado social en el que creemos seguir instalados.
Pero el presente parece mostrarse como el siglo del contrato. A ello contribuyen nuevos instrumentos de contratación que posibilitan las nuevas tecnologías y los desarrollos de una sofisticada ingeniería contractual. Pero las causas profundas de esta galopante expansión del contrato parece hay que buscarlas en el componente objetivo, con la entrada de nuevos bienes en el mercado como se postula desde posiciones neoliberales, y también en su componente subjetivo, con la radical afirmación de la subjetividad, de la autodeterminación personal, reivindicada por corrientes neoliberales de izquierda que han erosionado seriamente las pocas estructuras comunitarias, la familia entre ellas, que separaban y protegían a los individuos frente al mercado y la contratación dominante en él.
No se trata ya de una nueva correlación con la ley, pues esta vez el contrato se está introduciendo en los reductos interiores del Estado: expansión de normas de matriz convencional, privatización de funciones públicas administrativas –prestacionales o de servicio público y de intervención- con la consiguiente colonización por el contrato de esos espacios, dominio de la justicia negociada, disposición y contratación sobre derechos fundamentales. El orden constitucional del Estado de Derecho concebido bajo el imperio de la ley se está deconstruyendo así a golpe de contrato. Ello se produce sin cobertura doctrinal ni ruptura revolucionaria alguna, con la discreción característica del contrato y manteniéndose incólume la fachada del Estado de Derecho. Tal vez este dualismo, legal y contractual, esté marcando ya un nuevo estadio en el complejo orden social que, desde su peculiar perspectiva, en este libro se explora.