El diablo de los buitres narra la épica reyerta entre dos atormentados párrocos —practicantes, solo en apariencia, del mismo credo— por la primacía de su ministerio en un remanso jamaicano alejado de la mano de Dios. En Gibbeah —donde no pocas mujeres conservan poderes sobrenaturales y algunos desdichados custodian con sus vidas secretos inconfesables— la magia coexiste con la religión, y el bien y el mal rara vez son lo que parecen. El desenlace de tan épico enfrentamiento entre dos hombres de Dios, con ribetes dignos de un tropicalista tributo a El duelo de Joseph Conrad, estalla cuando el Predicador del Ron, Hector Bligh, es arrastrado desde lo alto de su púlpito por quien, con apocalípticas soflamas, se autoproclama y hace llamar apóstol York. Trata este último de imponer una iglesia «de fuego y azufre», pero con su inmisericorde yugo a sangre y ruego lo único que consigue es desatar una lucha a muerte por el alma de la propia Gibbeah.
La ópera prima de Marlon James es una novela sobre las miserias y dobleces del fundamentalismo, mas también sobre la redención para quienes, aun haciendo voto de castidad, no pueden evitar justificar y dar rienda suelta a sus más lujuriosas fantasías. Con una prosa tan tensa como la que esgrime Cormac McCarthy y la apabullante plasticidad de las primeras obras de Toni Morrison, James despliega ya en su debut los contornos de su singular dominio narrativo, afianzándose firmemente como uno de los escritores con más talento de su generación.