Me ejercité en la egolatría. Lo llamaba interés por el saber. Al final de mi vida, hago recuento de amaneceres. Tan poca cosa fueron los sentimientos albergados, las teorías defendidas, los actos realizados, la voluntad que los guiara, tan poca cosa. Una habitación pequeña, austera. Apenas lo necesario. Tras la ventana, un árbol cuyas ramas se agitan con el viento. Toda la dicha que puedo anhelar en este mundo cabe entre este árbol y mis ojos. Esa paz. Y el rayo de sol que traza un rectángulo de luz sobre el algodón de la cortina. La mujer de pie no es un tratado, tampoco es una ficción. Es una invitación a la escucha. Una historia contada en tres registros diferentes. Una historia en busca de argumento. Una reflexión sobre la enfermedad, el fragmento, la discontinuidad de la percepción y la ilusoria creencia en un yo que le diese sentido a la existencia.